Escribir como un juego y
un deber, escribir para asimilar realidad, para alterarla y devolverla tallada
en fracciones caprichosas, escribir para seguir leyendo. Silvia Martínez, una
lectora y viajera infatigable, nos obsequia aquí momentos y visiones que, en
principio, contemplaremos como experiencias ajenas, pero que luego se transformarán
en recuerdos, anhelos y temores propios. La autora nos presenta la aventura que
yace esperando aquí a la vuelta, sin mayor gasto que la curiosidad. Escribe con
asombro necesario y cuestionamientos cotidianos, lográndonos situar en la
orilla del paisaje y en el pulso que empuja las decisiones. Sus comentarios,
que aparecen de pronto en una descripción, no piden permiso ni se avergüenzan,
sino que son lanzados como condimento a un íntimo caldo de palabras que, hacia
el final del día, nos recompondrán la respiración y la sensibilidad.
Estos
textos delatan, a través de sus personajes, la búsqueda de Silvia en su país de
maravillas, su relación con Valparaíso (la distorsión de puerto) y Santiago (la
soledad que brota del caos), sus copas, sus cafés, sus cigarros y otras
hierbas. Aparece en sus personajes el beso y la rabia de mujer, los miedos
privados que hostigan el hogar, su creencia en la bondad oculta de los
desplazados, su tiempo, su oficio de escribir y cierta ternura al observar una
mesa con frutas, las hojas de los árboles
o las personas que viajan en el transporte público.
Las historias aquí presentadas podrían ser también postales que pocos guardan: un banco donde sentarnos en la plaza, una pieza llena de agua, un puesto en La Vega, un huevo frito en la cabeza, un libro lila lleno de naipes, la cara del Sr. Alcalde, una cita al ginecólogo o un pito antes de tomar la micro. Estas imágenes, construidas con una sinceridad capaz de amortiguar golpes, son abiertas y extensibles, no otorgando un final acabado, sino que invitando a una revisión y reacción por parte del lector para incorporarlas a un álbum de láminas personal y nuevamente transferible.
Las historias aquí presentadas podrían ser también postales que pocos guardan: un banco donde sentarnos en la plaza, una pieza llena de agua, un puesto en La Vega, un huevo frito en la cabeza, un libro lila lleno de naipes, la cara del Sr. Alcalde, una cita al ginecólogo o un pito antes de tomar la micro. Estas imágenes, construidas con una sinceridad capaz de amortiguar golpes, son abiertas y extensibles, no otorgando un final acabado, sino que invitando a una revisión y reacción por parte del lector para incorporarlas a un álbum de láminas personal y nuevamente transferible.
Este libro
es una amalgama no sólo de historias, sino que también de sentires que vibran
al enfrentarse a esa belleza, pausada y brutal, de la incertidumbre. Leer
Amalgama es conversar con su autora y con los habitantes de ciudad que quieren
ser reescritos. He aquí otro mundo por completar.
Leo Paredes.
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